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La lluvia tiene un efecto sanador en las almas de las personas, al menos siempre me ha parecido así. Basta con que unas cuantas gotas empecen a caer en la noche para que desaparezca cualquier atisbo de insomnio y uno caiga en un estado de tranquilidad y somnolencia parecido al de un bebé. Bueno, no, de hecho contrario al de un bebé, esos pequeños humanos tienen todo menos un sueño profundo y continuo, si no, que hablen las mamás que se desvelan varias veces en las noches para alimentar a las voraces criaturas. El hecho es que la lluvia relaja y no solo en la noche, quien no ha disfrutado de ver a través de una ventana en una tarde lluviosa, de oír el golpeteo del agua y abstraerse en la observación de las gotas que se escurren por el cristal en arbitrarios recorridos llenos de sinuosidad. Basta una tarde lluviosa para soñar, para querer caminar sin importar que uno se va a mojar, porque al fin de cuentas gastamos tanto tiempo en protegernos de la naturaleza, en no ensuciarnos, en no